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¿Por qué necesitamos un nuevo paradigma de la productividad?

¿Qué es para ti la productividad? 

Si has llegado hasta aquí puede que ya te hayas dado cuenta de que la productividad tal y como la hemos entendido hasta ahora puede resultar una trampa: pretendemos revisar y analizar lo que hacemos para poder adoptar sistemas que nos permitan hacer más cosas en menos tiempo. Así pues nos pasamos la jornada tachando tareas, pero al final del día el resultado es el mismo: más por hacer y la energía de nuestra bateria agotada (y de paso nuestra motivación por los suelos, porque no entendemos qué pieza es la que nos está faltando). Y esa sensación de que la vida se nos escapa de las manos, de alguna manera u otra.

En realidad, lo que anhelamos es alcanzar nuestro propio estándar de eficiencia personal. Y la eficiencia se refiere a la capacidad de hacer una tarea o un trabajo del modo adecuado usando el mínimo de recursos disponibles.

“No es suficiente estar ocupado, también lo están las hormigas.

La pregunta es, ¿en qué estamos ocupados?”

Henry David Thoreau

Las secuelas de la Revolución Industrial en tu vida

Hace más de dos siglos nuestra sociedad experimentó la mayor transformación económica, tecnológica y social vivida desde la época Neolítica (en la cual la humanidad empezó a usar herramientas elaboradas y a adoptar la agricultura y la ramaderia como modo de vida, con lo que aparecieron los primeros asentamientos humanos sendentarios). Es lo que se conoce como Revolución Industrial, movimiento que nació en el Reino Unido  de mediados del siglo XVIII, y en el cual se pasó de una economía basada en mano de obra manual y el uso de los animales de tiro, por otra de carácter mecanizado que nos permitía fabricar bienes de consumo y transportar a mercancías y pasajeros a gran velocidad. Con ello disminuyó el tiempo de producción y se multiplicó la producción y riqueza hasta niveles nunca vistos en esos momentos.

Este modelo iba paralelo a una visión del mundo dónde contemplábamos el universo como una gran máquina de materia formada por piezas que engranan unas con otras, en el cual los hechos suceden únicamente a causa de la influencia física entre las entidades que forman parte del mundo tal cual como lo vemos. Es el «viejo paradigma» o paradigma mecanicista, establecido hace más de 4 siglos por personalidades como René Descartes (1596-1650, filósofo, matemático y físico francés) e Isaac Newton (1643-1727, físico, teólogo, inventor, alquimista y matemático inglés). Es el paradigma que se centra en el lado izquierdo del cerebro, que es su parte racional y deductiva.

El paradigma mecanicista contempla en Universo como una gran máquina de materia formada por piezas que engranan unas con otras.

Puede que el paradigma mecanicista y la Revolución Industrial funcionaran muy bien en relación a la producción de bienes de consumo, pero… ¿qué pasa cuando eres un trabajador del conocimiento y tu capital personal se asienta en los conocimientos que has adquirido en tu vida, definir las estrategias que tu puesto de trabajo (sea propio o por cuenta ajena) requiere para seguir creciendo y, en definitiva, crear nuevas soluciones a los nuevos problemas que se van presentando (y no repetir siempre lo mismo)?

Es momento de cambiar de paradigma

Porque si de alguna cosa estamos seguros es que estamos viviendo tiempos apasionantes llenos de cambios que requieren que nos movamos por los entornos VUCA (Volátiles, Inciertos (del inglés Uncertain), Complejos y Ambiguos) como peces en el agua.

 

Y nos adentramos con valentía en un nuevo paradigma donde aprendemos a percibir la realidad de una manera totalmente distinta, de un modo energético que nos induce a descubrir que no hay una diferencia (ni siquiera un salto cualitativo) entre materia ni energía. ¡Simplemente se trata de la misma realidad con distintos grados de sutilidad o densidad! Dentro de este enfoque, la energía es información que organiza e influencia todos los factores con los que interactúa. Es el paradigma del cerebro derecho, que es su parte más creativa e intuitiva, y nos lleva a entender que lo que es auténtico y esencial no está a la vista de nuestros ojos físicos. 

 

Parece que ya no es tanto centrarnos en la cantidad como en la calidad, en intercambiar tiempo por dinero porque sí.

Parece que ya no somos reyes en nuestro castillo, produciendo individualmente, si no que cuando formamos redes y colaboramos entre nosotros, nos multiplicamos y surge la magia.

Parece que nuestra vida y nuestro trabajo no son piezas separadas de una misma máquina (paradigma mecanicista), sino que son partes de un mismo todo (paradigma energético), dónde cada parte del puzle afecta a la otra para alcanzar el bienestar y la plenitud de vida.

Parece que la profesión puede convertirse en el lugar idóneo dónde aportamos valor y que, a su vez, nos aporta y llena. Dónde vehiculizamos nuestro propósito de vida.

 

En definitiva: no hacemos por hacer, sino que pasamos a poner la importancia en el Ser para hacer (y luego tener). Y esto repercute en todas las áreas de nuestra vida, para poner el corazón y el alma en todo lo que hacemos.

 

Puede que la clave esté en las sabias palabras de Caterina Fake, Cofundadora de Flick, quién muy acertadamente dijo… “Muy a menudo la gente está trabajando duro en un mal lugar. Trabajar en lo correcto es probablemente más importante que trabajar duro”.

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